-Jean Paul Richter
Regurgitaré la cruda sangre color angustia
del no poder verte ni tocarte.
Me arrastraré agonizante
rogándole al Diablo una muerte
que acabe con esta peste
putrefactiva y roedora las entrañas.
Reconozco este dolor de vastas raíces
emergentes de la ausencia
de una Midons que disiente
ante el juglar de su ventana.
Yo, romántico empedernido
me retuerzo entre la oscuridad,
el dolor y el sufrimiento
de la vida del poeta.
Siendo esta aquella que he elegido.
Soy el cementerio de Jean Paul Richter
revolviendo sus tierras diluidas
entre piel y sangre de muertos
gritando con nada más que agonía
al ver que no tiene razón de ser
contemplando su orfandad
y sus muertes en vano.
Pues igualmente huérfano
no más vivo que aquellos que gritan
permanezco expectante
ante una imagen vacía que
siempre fue rostro de cuencas negras
interminables.
Hoy tu olor se desvanece entre Ducados
que deshacen el mar negro de Friedrich.
Y distante el monje que observa
rellena una copa de alcohol etílico
que escuece.
Muero bajo el dolor y espera del trovador
al que la voluntad y corazón
abandonan
para quedarse contigo y dedicarte
aquello que del cuerpo escapa.
Mi pluma, clavada en el pecho, tiembla
hundida en la negra tinta espesa
que me cubre los pulmones.
Me he estirado en el asfalto mojado
brillante y plateado a borbotones
de una calle hedionda de ratas y autobuses
desde el momento del estallido.
Y así, bajo el templo,
Brotaron tus lágrimas que
borraron los poemas que
blindaron el arma sobre mi nuca.
Y ahora escupo sangre.
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