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lunes, 9 de julio de 2018

Que tú eres libre, pero átame

No conozco arte más pleno que tu sonrisa
y perdona si no soy directo
y te tengo que escribir para confesarme.

Es que si te soy sincero
a la cara
dudo que me pueda reprimir.

Es muy difícil hablarte
sin centrarme en tu sonrisa,
tus labios
tentándome.

Este momento de peligro,
el rugido del volcán,
la manilla inclinándose,
El último “tac” del reloj,
siempre ocurre en la piscina.

Quizá el aroma del pelo mojado
es lo que me atrae.
Ante ti soy el silencio
antes del estallido
y tu pelo rojo me indica 
que eres la mecha que me falta.

Me agradeces que esté ahí 
para ti
las veinticuatro horas.
El placer es mío,
si soy adicto a la manera en que me matas
lento, disfrutándolo.
Como un orgasmo,
como poesía.

He contenido mis ganas de explotar,
pero mi ropa se ha desgarrado
y ahora me sangran las esquinas más escondidas
sobre este poema.

Esta noche me curo las heridas,
fumando a tu honor,
escuchando a Ayax relatar
sus aventuras en Grecia.
Y contestándole con las mías en Roma.

¿Alguna vez te has parado bajo la lluvia
solo para elevar el rostro y mirarla,
sin miedo al agua?
Soy de esos locos que lo hacen con los ojos bien abiertos,
para no perder ni una gota.
Así me gusta mirarte,
sin miedo y dispuesto a mojarme.

Después de todo,
te quiero a ti,
a lo que me haces ser
y sentir.
Sea o no ciudadano romano,
no importa,
me gusta visitar sus restos,
me huelen a la historia
que podríamos ser.

-podría quererte tan bonito-

Y entre tanta riqueza 
yo solo soy un extranjero,
antes marinero perdido,
y ahora encontrado
 en unas ruinas
que ya no son un viejo arte,
sino una poesía renovada
vestida de azul.


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