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domingo, 2 de diciembre de 2018
Una artista de película de resaca
Cuando te dije que no me gustaba el café,
no pensé en tus ojos.
Repletos de cafeína adictiva,
café solo, puro y profundo.
Ahora no hago más que café
después de cada comida.
Y estoy completamente enganchado.
Sueño café negro
cuando solo queda azúcar
húmedo y pastoso
al fondo de la taza.
Lo relaciono a cada sorbo
con lo dulce de tus labios,
con la leve sonrisa antes del beso,
con tu mano apretando mi nuca
para llenar cualquier vacío
entre nosotros.
¿Cómo diferencio esa delgada línea
entre el artista y su droga?
Soy adicto a ti,
y al arte que desprendes a cada sonrisa,
y al tacto de tu pelo
y tus caricias.
Drogadicto por la manera en que me miras,
y en que tus mejillas se alzan
y tus labios sonríen,
y por tus finos hombros y tu voz de dormida.
Sediento de ti sonrojada al despertar,
y de tu peinado corto y despreocupado,
como una artista de película de resaca.
Ha llegado ese momento
en el que me atrevo a escribir sobre ti.
Un manifiesto de gravedad,
de que no puedo evitar morder mi labio
al pensar en el roce con los tuyos.
Nos imagino en París, Berlín, Nueva York,
en el callejón oscuro de los artistas,
tú pintando tu arte destapada,
y yo escribiendo el mío con la mirada.
Hablé una vez del arte que nos envuelve
como un ser omnipresente
que quiere ser recogido.
Cuando te conocí tragué mis palabras,
pues la poesía y la inspiración y
todas las musas griegas,
se recogen solas entre tu pelo,
tus uñas y tus dientes.
Quién me iba a decir a mí,
joven poeta perdido,
que aquella obra maestra,
tímida, risueña y desconocida,
sería la protagonista de uno de los poemas
más bonitos de mi obra.
Un brindis por el arte,
el arte entero,
que se esconde entre tu reflejo
y tu sombra,
y se concentra por completo en una sola
de tus pestañas.
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