Tiene una ligera curva
donde acaba su espalda
y comienza su cintura.
Es una de esas caídas de
vértigo
la zona que asusta, el
peligro.
Es la pendiente del
mareo eléctrico
y al caer; marea suave,
dulce.
Así lamo la lenta
cascada de mieles.
Parece moldeada
a la medida de mi mano
así dejo caer mis dedos
para
que se deshagan de
camino.
Podría quedarme a vivir
en la pendiente de su
nariz
como quien duerme en una
hamaca entre dos árboles
en pleno agosto.
-O entre sus pestañas-.
Algún viejo lector
un lector que crea mis
cuentos
de muertes con final
feliz,
entenderá que quien sabe
de arte
no se dedica a hablar de
Picasso
y de Van Gogh toda su
vida.
Prefiero hablar de sus
hombros
delgadas líneas que
definen su figura.
De su pelo y cuando lo
echa a un lado
de sus perfectos
despeinados.
Prefiero hablar de todos
sus cuadros
poemas, edificios,
esculturas
pues siempre supe que
viviría en un museo.
Pero ahora, frente a
ella, pido perdón al lector
por no ser capaz, por
torpeza o cobardía
de describir la estrella
fugaz de Elvira.
Pues no hay tinta para
tanta letra
y no hay poeta para
tanto arte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario