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viernes, 4 de enero de 2019

No hay poeta para tanto arte

Tiene una ligera curva

donde acaba su espalda

y comienza su cintura.

 

Es una de esas caídas de vértigo

la zona que asusta, el peligro.

Es la pendiente del mareo eléctrico

y al caer; marea suave, dulce.

Así lamo la lenta cascada de mieles.

 

Parece moldeada

a la medida de mi mano

así dejo caer mis dedos para

que se deshagan de camino.

 

Podría quedarme a vivir

en la pendiente de su nariz

como quien duerme en una hamaca entre dos árboles

en pleno agosto.

-O entre sus pestañas-.

 

 

Algún viejo lector

un lector que crea mis cuentos

de muertes con final feliz,

entenderá que quien sabe de arte

no se dedica a hablar de Picasso

y de Van Gogh toda su vida.

 

Prefiero hablar de sus hombros

delgadas líneas que definen su figura.

De su pelo y cuando lo echa a un lado

de sus perfectos despeinados.

 

Prefiero hablar de todos sus cuadros

poemas, edificios, esculturas

pues siempre supe que viviría en un museo.

Pero ahora, frente a ella, pido perdón al lector

por no ser capaz, por torpeza o cobardía

de describir la estrella fugaz de Elvira.

 

Pues no hay tinta para tanta letra

y no hay poeta para tanto arte.

 

 

 


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