Me ha llamado señor
la camarera del aeropuerto.
Quizá por mi barba,
mi chaleco de los años 20,
el olor a tabaco reciente
y mi gabardina.
Quizá, también,
porque camino solo por el aeropuerto
de Barcelona
en busca de un té caliente
que acompañe a Bukowski.
Los escombros de mi mente
se mueven generando polvo
gris
que me nubla la vista.
Señor, señor.
El avión se eleva y mi cabeza
cae hasta los pies y
la presión me aprieta el pecho.
Siento que llevo unas semanas
despegando.
El vuelo se aproxima
cada vez más a la luna.
Quizá pueda tocarla por última vez.
Pero el polvo ensucia mis manos.
Piso Francia,
ma petite,
y solo tengo lluvia,
tabaco, tinta
y el borracho de Charles.
El polvo llega hasta la lengua.
Camino por las calles de Lyon.
Luz caramelizada,
frío y acento francés.
Como luces doradas
en una habitación cerrada.
Me siento con un té de menta
delante de la catedral.
Y enciendo un cigarro para leer a Marx.
Où est-ce que je vais?
Me compro un libro de Baudelaire
en una librería antigua
de segunda mano
recubierta de polvo.
Pas importe.
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